Aprendiendo de la pandemia

«Los golpes de la adversidad son muy amargos, pero nunca son estériles»

Ernest Renan (1823-1892), Escritor, filósofo, arqueólogo e historiador francés.

El post que voy a escribir hoy no trata sobre neuropediatría, ni siquiera sobre la pediatría general. Tampoco voy a hacer un análisis científico de lo que está siendo la pandemia del coronavirus. Lo único que quiero es contar cómo ha sido mi experiencia en las últimas semanas y qué cosas he aprendido.

Desde hace tres semanas y media he estado ayudando en la asistencia a pacientes adultos con coronavirus, y hoy que ha sido mi último día antes de volver a Pediatría creo que llega el momento de hacer balance y contar lo que he vivido. Esta experiencia me ha hecho ver la medicina desde un punto de vista diferente al que yo estaba acostumbrado, pero también me ha hecho pensar sobre aspectos más personales y humanos, si es que la medicina no es también personal y humana.

Cuando llegué a Medicina Interna lo hice como si volviese a ser residente, dispuesto a aprender para poder ayudar. Era consciente de que entraba en un mundo desconocido para mi, donde los antecedente pueden llenar una página, las dosis se calculan en comprimidos o ampollas en lugar de mg/Kg, y donde se usan fármacos que yo nunca he pautado. Sin embargo me sentí perfectamente acogido por mis nuevos compañeros, y eso fue más o menos fácil de aprender.

La primera semana fue la más dura, quizás porque me estaba adaptando pero también porque la carga de trabajo era enorme. Teníamos que atender a muchos pacientes, algunos de los cuales estaban en una situación muy grave, y con unos medios limitados para poder vencer a este maldito virus. Teníamos la sensación de que hiciésemos lo que hiciésemos no eramos capaces de cambiar el curso de la enfermedad, y que por algunos pacientes no podíamos hacer nada por mucho que lo intentásemos. La enfermería trabajaba incansable enfundados en esos EPIs que quedan muy bien en las fotos pero que son insufribles cuando los llevas más de media hora seguidas (Y ellas lo llevaban casi todo el turno). Eso cuando teníamos EPIs de verdad, porque al principio era algo variable, pero sobre eso prefiero no hablar mucho.

Hemos tenido pacientes relativamente jóvenes que han ido muy mal, alguno de los cuales ha fallecido sin que pudiésemos evitarlo, y otros más mayores y en teoría más frágiles que sorprendentemente han salido adelante. En muchos momentos he tenido la frustración de no entender por qué pasaba esto y abandonaba el hospital con la incertidumbre de no saber cuántos de mis pacientes iban a estar al día siguiente. Afortunadamente la mayoría seguían ahí, aguantando un día sí y otro también.

Algunas historias son especialmente tristes, como cuando hablas con los hijos de nuestros pacientes y te cuentan que acaban de perder a uno de sus padres y sientes la angustia en su voz preguntándote cómo está el que acaba de ingresar. O cuando una anciana te pregunta entre sorprendida y resignada que por qué tenemos tanto interés en que siga con vida. En ese momento no supe qué decir, y todavía creo que no sabría encontrar las palabras adecuadas. Otras veces te duele la soledad de los pacientes que no pueden recibir la visita de sus familiares para darles la mano, animarles o regalarles una sonrisa. Porque el EPI deja ver los ojos pero esconde las sonrisas, y eso creo que es algo que deberíamos solucionar.

Pero el título de este post es «aprendiendo con la pandemia», y voy a contar lo que he aprendido:

  • He aprendido que cuando se nos necesita los sanitarios somos capaces de trabajar todos juntos. Da igual que seamos internistas traumatólogos, geriatras, pediatras, ginecólogos, enfermeras, auxiliares, etc. Somos capaces de anteponer el paciente a nuestros egos, y eso es algo que me hace sentir orgulloso de la profesión que he elegido.
  • He aprendido también que no hay nada más deshumanizador que la distancia ni más cruel que la soledad impuesta. No debemos dejar que se confinen los sentimientos porque los abrazos que no damos se pierden para siempre.
  • También me he dado cuenta de que somos lo que somos gracias a nuestros mayores, y que ellos siempre se merecen una oportunidad, porqueque los niños tienen toda la vida por delante, pero los mayores cargan toda su vida a sus espaldas.

Se me quedan muchas cosas en el tintero, pero no me quiero extender más. Sólo quiero expresar mi reconocimiento a todos los que siguen en primera línea, internistas, geriatras, intensivistas, anestesistas, urgenciólogos, enfermeras y auxiliares, celadores… El camino será largo, pero juntos llegaremos hasta el final. Y por supuesto agradecer a los que han sido mis nuevos compañeros que me hayan dejado aportar mi granito de arena. Seguimos adelante porque…

Juntos lo conseguiremos

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